domingo, 5 de julio de 2015

Locuras personales: segundo capítulo: ¡Tierra,mala!

¡Hola de nuevo, solitarios! Como he dicho hace varios días (no recuerdo exactamente cuando), hoy os traigo el segundo capítulo de Locuras Personales. No puedo decir que esta nueva serie vaya a durar mucho ya que, bueno, no me están pasando cosas raras todos los días, pero espero deleitaros con los pocos casos reales que acontecieron en mi vida.
Esta vez me gustaría contaros mi primer recuerdo.Tenía yo apenas unos tres años,creo que aún no los había cumplido. Mi hermana y yo hasta hace dos años íbamos todos los viernes a casa de mi tía para comer y pasar allí la tarde; ese no era un viernes diferente.
Recuerdo que, cuando hubimos terminado de comer, mi hermana se dirigió a la habitación de mi tía para navegar un poco por internet mientras mi tía se dirigía a la cocina a fregar, siempre estaba fregando. Yo me había quedado sola en la sala, con el chafarderío de Telecinco como mi único compañero. De repente, no sé muy bien porqué, me acerqué a las plantas que mi tía tenía en el salón y las observé un largo rato. He de decir que en mis tiempos mozos odiaba la tierra con toda mi alma, no me preguntéis porqué. Era el simple hecho de ver algo de color marrón oscuro impregnado de lombrices y otros animales que no estaba muy acostumbrada a ver y a los que temía como si pudieran hacerme algo.
Entonces, en un momento de ida de olla total,  pensé algo parecido a " Pobres plantas, rodeadas de tierra. Voy a salvaros".  Un momento después me dispuse a quitar con las manos y con una cara de asco extremo toda la tierra que rodeaba a esos seres vivos y la amontoné en varios montones en el suelo.
Una vez hecho el trabajo, me sentí orgullosa de mí misma.¡Había librado a las plantas y a mi propia tía de las garras de esa substancia marrón y de sus vomitivos huéspedes! ´Aunque tenía las manos manchadas no me arrepentía del crimen, ni me dio asco. Solo me sentía bien conmigo misma.
Por desgracia, mi alegría no duró demasiado: Mi tía había acabado de fregar y se dirigía al salón. Cuando me vio manchada de tierra de arriba a abajo, con toda esta repartida por su suelo fregado hacía unas horas y con mi sonrisa de diablillo, me echó la bronca más grande que me echaron en mi vida.
Recuerdo que tardé una semana entera en volver a hablarle del cabreo que pillé. Nunca más, me prometí a mí misma, iba a salvar a alguien de las garras de mi enemigo.

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